El problema de que te rompan el corazón es cuando te dicen y te prometen que la próxima ocasión te dolerá menos.
El problema de que te rompan el corazón es cuando te dicen y te prometen que la próxima ocasión te dolerá menos. Pero siendo honestos, cuando vives una ruptura no tienes la capacidad ni la disposición de medir si te lastima más o menos que la ocasión anterior, sólo sabes que en ese momento duele muchísimo. Nadie te explica que mientras expongas tu corazón cabe la posibilidad de que te lo vuelvan a destrozar; que si no aprendes de esos pedazos rotos, las próximas ocasiones serán una repetición —de una u otra manera— de esas mismas situaciones que pudieron llevar al fracaso a las relaciones anteriores.
De entrada, es muy popular ese dicho de “un clavo saca a otro clavo”. ¿Pero cuándo han visto a un carpintero sacando un clavo con otro clavo? Lo mismo ocurre con las heridas: dejas que sanen completamente, aunque tome tiempo, y mientras eso transcurre la lesión no se debe exponer a la misma situación que la dañó inicialmente, o a otros elementos que puedan lastimarla; porque bien sabemos todos, con muchos o pocos conocimientos de medicina, que entonces empeoraremos las cosas.
Pero cuando se trata de amor exhibimos nuestra herida al rojo vivo, buscando un reemplazo, un amor pasajero o simplemente alguien que nos evite recordar que ya no estamos con la persona que queremos. También sentimos una tortuosa necesidad de salir siempre que tenemos oportunidad, hasta que nuestras amistades se hartan de nosotros; o trabajamos en exceso, nos ahogamos en cualquier vicio que nos borre la memoria un rato y nos distraiga. Lo que sea para no estar con nosotros mismos.
Tratamos de evitar darnos cuenta de que las cosas han cambiado y que nosotros debemos cambiar con ellas. Adaptarnos, dicen por allí. Empezar a recuperar lo que probablemente hayamos perdido en el transcurso de la relación —porque siempre se pierden cosas—; retomar a la persona que ahora seremos. El escritor Murakami ha dicho que “nadie atraviesa una tormenta y es el mismo al salir de ella”. La pareja nos daba una identidad, éramos una esposa, una novia, una excelente amante, una póngasen aquí todos los ejemplos que se nos ocurran, y ahora ya no somos eso. ¿Qué somos? Es justamente la búsqueda de esa nueva identidad a la que tendremos que darle forma.
Y no es una tarea sencilla, porque —como en toda adicción— querremos regresar a ella. Aunque hayan sido buenos o malos tiempos, estaremos con la necesidad de volver a lo que conocíamos. Y en esas etapas características del duelo, santificaremos a nuestra ex en algunas ocasiones, y en otras lo odiaremos tanto y pensaremos que no queremos saber más.
Lo que es verdad es que nos espera un largo camino. Invítate un café y disfrútate con todas esas imperfecciones y con todas tus cualidades. Tómate el tiempo que necesites para estar a solas; realiza un trabajo de introspección y descubre que fue lo que te enseño esa relación. Porque todas las relaciones nos enseñan tanto aspectos positivos como negativos; desde aquello que ya no quisieras volver a repetir, hasta lo que probablemente ganaste o que te gustaría volver a tener presente. Así es esto, son aprendizajes.
¿Qué es lo que puede pasar? Que si te alimentas lo suficiente emocionalmente y te fortaleces, quizás en el camino te vuelvas a encontrar a alguien. O quizá no. Pero probablemente no te hará falta, porque como la persona completa que eres estarás disfrutándote. Y todo de lo que hemos hablado aquí te parecerá un recuerdo lejano, con el cual habrás aprendido que siempre es bueno volver a empezar.