Love is in the air. Así lo creen al menos los vecinos de Ringaskiddy, el pintoresco pueblo pesquero al que la farmacéutica Pfizer trasladó la producción de Viagrahace ya 20 años. Los vecinos aseguran que el “humo del amor” procedente de la factoría han dotado a los varones -incluyendo a los perros- de enormes poderes sexuales.
“Una inhalación y ya estás empalmado”, describe gráficamente un vecino en el Sunday Times. “Llevamos años respirando gratis el humo del amor”, asegura Debbie O’Grady, una camarera del pub local. Otra mujer, una viuda que se define como “insinuante”, corrobora que “hay algo en el aire” y, como resultado, “siempre hay un hombre dispuesto a la vuelta de la esquina”.
Pfizer asegura que la presunta potencia sexual de los vecinos de Ringaskiddy no es más que “un mito” y que no existe ninguna fuga de la codiciada pastilla que contamine el aire del pueblo: “Nuestros procesos de fabricación siempre han sido altamente sofisticados, así como rigurosamente regulados”, asegura la farmacéutica en un comunicado.
Pero los hechos son tozudos. Una enfermera psiquiátrica entrevistada por el suplemento asegura que “los perros pasean en un estado de contante excitación”, lo que le hace sospechar que “el Viagra se ha filtrado en el suministro de agua” del pueblo.
Mito o realidad, lo cierto es que la historia del repentino vigor sexual de los hombres de este pueblecito de Cork viene arrastrándose desde hace años. En 2003, el diario Telegraph se hacía eco del proyecto de rodar una película sobre los escapes eréctiles de la factoría de Pzifer, película que iba a protagonizar la estrella irlandesa Colin Farrell. El proyecto que quedó en agua de borrajas teñida de azul.