Es la imagen que Charles Manson esperaba que el mundo nunca viera.
Después de su condena por siete asesinatos, el líder de culto de los años 60 se jactaba al decirle a los fanáticos que era inmortal.
Se deleitaba con el hecho de que a los guardianes que despreciaba en la prisión estatal de Corcoran, en California, se les prohibía revelar su frágil condición. Su silencio ayudó a promover su retorcida fantasía de que viviría para siempre.
Pero luego de haber evitado la cámara de gas en la prisión estatal de San Quintín en 1971 después de que California declarara inconstitucional temporalmente la pena capital, Manson no pudo escapar a la sentencia de muerte ya que murió por causas naturales el 19 de noviembre.
Tratado en una habitación segura en el Hospital Kern de Bakersfield, California, Manson se le ve rodeado de tubos que mantuvieron vivo su frágil cuerpo.
Su cabeza calva y sus párpados cerrados están a un mundo de distancia del monstruo de ojos salvajes que miles de millones llegaron a conocer como Manson.
Aunque nunca participó en los infames asesinatos de siete personas, ordenó a sus seguidores que se lanzaran al alboroto en Los Ángeles durante dos noches de agosto de 1969.