A sus 80 años, Guadalupe Vázquez espera paciente que voluntarios rescaten de los escombros de su apartamento en Ciudad de México lo único que no quedó sepultado en el terremoto del 19 de septiembre: las fotografías de sus hijas que pueden observarse desde la calle.
Vázquez, una mujer delgada que durante su juventud fue montañista, vivía en un edificio del barrio Narvarte. Ahora depende, al igual que otros vecinos, de jóvenes voluntarios para recuperar algo de su departamento, lleno de grietas y al borde del colapso.
A casi un mes del sismo, del único muro que quedó en pie del departamento de Vázquez todavía cuelgan dos fotos grandes en sepia y varias pequeñas.
Lupita, como le dicen sus amigos, se salvó del terremoto de 7,1 grados que dejó 369 muertos, la mayoría en la capital, porque salió apenas unos minutos antes al mercado a comprar pan.
Después de vivir décadas en el mismo sitio, al volver esa tarde creyó que se había equivocado de calle cuando no vio su casa.
Poco a poco fue cayendo en la realidad: “Vi que estaban mis fotos y eso es lo único que me va a quedar, si es que logran recuperarlas”, comenta resignada pero sonriente, aliviada de no haber estado en su casa en el momento del sismo.
– “Agarré lo que pude” –
Al pie del edificio, que deberá ser derrumbado próximamente, sus vecinos instalaron un campamento para cuidar sus pertenencias de posibles saqueadores y seguir de cerca el rescate de sus humildes pertenencias.
Cada vez que algún voluntario saca bolsas con objetos de los departamentos casi en ruinas, los vecinos aplauden emocionados, otros se funden en abrazos, entre llantos, con sus familiares.
“Ya nos despedimos de la casa”, comenta otro de los vecinos que entró él mismo por una ventana a su departamento, con casco y asegurado con arneses.
Los más valientes se aventuran directamente -y sin la ayuda de voluntarios- a meterse entre los muros ladeados, partidos por enormes grietas o ventanas destrozadas, son elevados en canastillas cargadas por grúas para ingresar por ventanas y hoyos de paredes. Tienen la firme instrucción de no hacer movimientos bruscos.
Cada uno solo tiene 5 minutos para entrar y sacar la mayor cantidad de objetos y documentos que pueda.
“Está muy cabrón (impactante) estar ahí y ver todo agrietado y aparte no tienes que generar ninguna vibración”, comenta serio José Colín, de 38 años, otro de los habitantes del edificio de Guadalupe que entró a su departamento y al de una vecina anciana.
Él pudo rescatar solo discos duros y una fotografía en la que aparece con su novia: ambos estaban trabajando en el momento del terremoto. Pero otros alcanzaron a extraer hasta objetos religiosos.
“Agarré lo que pude (…) donde están las escrituras y todo eso, que era el cuarto de mi mamá, ahí no se pudo entrar”, dice al bajar de la canastilla Oscar Landín, que entre los objetos que rescató está un Niño Dios de yeso, que su abuela adquirió 40 años atrás.
En la canastilla sube también un empleado del departamento de Protección Civil para darle indicaciones al voluntario mientras se encuentra adentro de la vivienda.
En el edificio de Lupita había una tintorería en la planta baja. Por necesidad, uno de los trabajadores siguió planchando en plena calle durante algunos días después del terremoto.
Unas cincuenta edificaciones se convirtieron en polvo el 19 de septiembre, y unas 8.000 quedaron dañadas, muchas a punto de derrumbarse.
El gobierno se comprometió a demoler a la brevedad posible por lo menos 13 edificios que representan un peligro en la capital, como en el que vivó Lupita durante 50 años.