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La desnutrición acecha a los niños rohinyás refugiados en Bangladés

La desnutrición acecha a los niños rohinyás refugiados en Bangladés

Multitudes se amontonan cuando se distribuye la ayuda y los soldados deben aislarlos entre vallas de bambú

Un niño rohinyá estaba tan esquelético que los médicos no lograron colocarle una perfusión. Con cinco años de edad es uno de los miles de niños que podrían morir de hambre en los campamentos de refugiados superpoblados de Bangladés.

“Dijo que no había comido nado en ocho días. Nada”, explicó el doctor SK Jahidur Rahman, que atiende en la clínica Gonoshasthaya Kendra, una asociación de ayuda bangladesí.

Según la ONU, más de 14.100 niños sufren desnutrición y están en peligro de muerte en los campamentos miserables de Bangladés en donde medio millón de rohinyás, minoría musulmana apátrida, se refugiaron para huir de la campaña de represión en Birmania. Dependen totalmente de la ayuda humanitaria.

Los que más suerte tienen pueden llegar a las clínicas desbordadas. Pero otros mueren o se ven obligados a mendigar.

Un mes después de su llegada al sur de Bangladés, la distribución de alimentos se hace sin coordinación, según la ONU.

Multitudes enormes se amontonan cuando se distribuye la ayuda y los soldados deben aislarlos entre vallas de bambú, bajo el sol, a la espera de una comida.

Los niños representan la mayoría de los recién llegados y son los más vulnerables a la desnutrición. Según las agencias humanitarias, 145.000 niños de menos de cinco años necesitan una intervención de urgencia.

“Numerosos niños presentan todos los signos de desnutrición, lo que es alarmante dado que huyeron de tantos horrores”, subrayó Unni Kirshnan, director de la unidad de emergencia sanitaria de Save the Children.

– Madera para engañar el hambre –

En una clínica que recibe a los niños más afectados por la desnutrición, Monura intenta consolar a su hija de 13 meses, Rian Bebe.

Una enfermera mide su esquelético brazo y la pesa: 5,5 kg, la mitad del peso normal para su edad.

Monura explica que no tenía casi nada para dar a su bebé durante los cinco días que necesitó para llegar desde Birmania.

“La mayoría bebe un poco de agua y camina durante cinco días”, dice Rahman. “Se esconden en la selva, comen madera, cualquier cosa, para engañar el hambre”.

Un peligroso viaje iniciado cuando numerosos niños ya sufren desnutrición en esta región muy pobre de Birmania, en donde son víctimas de discriminaciones.

Su sistema inmunitario está debilitado y están a la merced de la menor epidemia.

El bebé de Monura, que chupetea una pasta especial cargada de calorías, se salvó y se recuperará lentamente. Pero otros niños no tuvieron esta suerte.

En el hospital más grande del distrito de Cox’s Bazar, una niña esquelética de ocho meses murió. Tenía desnutrición y una neumonía.

“La piel en los huesos”, se lamenta el doctor Shaheen Abdur Rahman. “Estaba en un estado muy grave”.

– Cocinas para 10.000 personas –

Otros niños se pasean en el campamento buscando desesperadamente qué comer, suplicando a los pasajeros de los coches que pasan que les den víveres.

Al borde de la ruta, Sitara Banu, de 15 años, se inquieta por su hijo de cinco meses, Jahidur Rahman.

“No tiene suficiente leche. No llego a comer. Le di la banana que alguien me dio pero lo enfermó más”, dice.

No muy lejos de ahí, los hombres sudan delante de las enormes calderas de las sopas populares. Toda la noche cocinan arroz, carne y lentejas.

“Van a trabajar así durante meses. Es muy duro hacer comida para 10.000 personas”, explica Abdul Mukit, un voluntario que se ocupa de estas cocinas improvisadas, administradas por la agencia turca Tika.

Dada la importancia de la crisis, representa sólo una gota de agua en un océano de miseria. Desde fines de agosto llegaron a Bangladés más rohinyás que migrantes a Europa cruzando el Mediterráneo en 2016.

Cuando se acerca un camión cargado con raciones, los niños salen de todas partes. Algunos, los más pequeños, tienen problemas para seguir el paso.

El ejército los obliga a formar fila y luego se precipitan sobre los voluntarios. “Me gusta” alimentar a los niños, dice Manzar Alam, el jefe de cocineros.

Con información de la agencia: AFP

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